El lunes santo, ha fallecido Juan Martín Velasco, testigo, mistagogo, acompañante, maestro, uno de los mejores teólogos, expertos en mística y fenomenología de la religión. Nacido en Santa Cruz del Valle, Ávila, en 1934, fue párroco, rector del Seminario de Madrid, profesor de las Facultades de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, de la Facultad de Teología de San Damaso, e investigador y autor de numerosos libros, dos de ellos publicados en la editorial Narcea: Testigos de la experiencia de la fe y Vivir la fe en intemperie.

Como Institución Teresiana, nos unimos a la acción de gracias de tantas personas por el regalo de haberle conocido en el trato cercano, a través de sus obras, de sus clases y conferencias, de los encuentros de oración y Ejercicios Espirituales… muchos de ellos acompañando nuestros grupos. Reconocemos y agradecemos “sus frutos santos” (Poveda), que nos han dejado percibir y sentir la huella de Dios en medio de la historia, esos que, los grandes creyentes como él, dejan como “un caudal fresco, copioso de vida teologal” (utilizando sus mismas palabras), capaz de sostener, inspirar y alentar nuestro caminar en este tiempo tan doloroso que atravesamos.

Agradecemos la luz de su sabiduría honda, arraigada profundamente en Dios y en el corazón de la historia, su capacidad de diálogo humilde y audaz desde la fe con los desafíos de las sociedades actuales. Agradecemos su reflexión y estudio que es alimento para vivir la fe en toda su radicalidad, viviéndonos cada día como aprendices, lo que Bonhoeffer -recordado por Juan Martín Velasco en una conferencia- expresaba así: “yo lo que quiero es aprender a creer”. Damos gracias por su compromiso con la Iglesia acompañando su caminar con sabiduría, inteligencia, amor y entrega generosa, allí donde estaba y en lo que hacía, en el acompañamiento y compromiso con tantas personas y grupos, en la investigación y la divulgación, en sus cursos y comunicaciones en tantos medios y lugares.

Unas palabras suyas, en su libro, Orar para vivir, nos invitan a vivir la muerte -la suya y la de tantos hombres y mujeres, cercanos y lejanos que nos están dejando en estos días-, con la certeza de que “la oscuridad de la muerte solo se hace luminosa cuando se la ilumina con la luz de la presencia del Dios vivo, más fuerte que la muerte, Dios de vivos y no de muertos, que ha creado al hombre a su imagen y lo ha llamado a la inmortalidad” y que “quien confía a pesar de la prueba que supone la muerte, confía contra toda esperanza, confía absolutamente”.

¡Gracias, Juan!