Hace cien años, escribía Poveda: “Aquí… cada cual tiene su sitio, su deber, su responsabilidad”[1] … y pienso cómo poder decirles a los niños, niñas y adolescentes, todo lo que Pedro Poveda habría querido expresarles con esta idea. El otro día me quedé pensando en la figura del contrabajo en una orquesta.

El contrabajo es un instrumento demasiado grande para considerarlo bonito; poco manejable y demasiado pesado, ubicado siempre en las últimas filas del conjunto, es ocultado por sus preciados hermanos: el chelo, la viola, el impresionante violín. No debe sobresalir sobre ningún instrumento. Es grande, enorme… pero debe pasar desapercibido.

Su sonido no suele identificarse, no es solista ni hace la melodía.  Pero… ¿qué sería de la música sin el contrabajo? Para responder a ello es necesario formarse, entender la función de cada instrumento y la composición de una orquesta, comprender la estructura de una partitura; sin sus graves rítmicos y acompasados, los demás instrumentos estarían perdidos; parece que no suena, pero sostiene la base para todos.

En 1920, Poveda tenía la profunda convicción, y así lo escribía, de que la idea buena que se estaba fraguando era “una Obra de Dios” y, como en todo lo que tiene que ver con las cosas de Dios, en esta Obra cabemos todos, entramos todas. Es la profunda sensibilidad para reconocer que cada persona tiene algo que decir, algo bueno que construir, un quid imprescindible y único que aportar.

Conocer la misión de la Institución Teresiana, entusiasmarse por su idea humanizadora, comprometerse con su sueño de justicia e igualdad y vivir el cotidiano de cada día desde la profunda experiencia de un Dios con nosotros es don y responsabilidad. “Aquí no hay uno solo”, protagonista, perfecto y ajeno a las necesidades de los otros; “aquí no hay un solo” en el que reside la única verdad y sabiduría.  “Aquí no hay uno solo y los demás son comparsa”, sin capacidad de pensar o tener sus propias iniciativas.  Aquí “todos hemos de cooperar”.  Desde el violín, hasta el contrabajo.

Esta idea de inclusión y participación de todas las personas que se sientan llamadas a contribuir en esta familia me evoca la Sagrada Escritura y la imagen de un Dios que acoge a todos sin condición, que nos invita a poner en juego cada uno de nuestros talentos, que nos promete el fruto de todo lo sembrado, que nos convoca a una comunidad de carismas diversos y todos necesarios.

“Cada cual tiene su sitio, su deber, su responsabilidad”. En los espacios educativos en los que deseamos que cada niño, niña, adolescente, descubra el regalo de su ser y de su vida, ¡qué importante traducir y concretar esa idea!  Nos invitamos a generar caminos en los que cada persona descubra los dones personales, únicos y valiosos que cada día pone Dios en nuestras vidas, y que podamos acompañar los procesos vitales que permiten ponerlos al servicio del bien común.

Por Blanca Arce

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[1] Pedro Poveda, Creí por esto hablé, [178]. Todas las citas corresponden a este texto escrito en 1920.

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