La tercera de las cartas de 1922 en que Poveda habla de la pasión por evangelizar, se centra en la llamada a la acción, a salir al encuentro de la necesidad del otro. Pero no se trata de cualquier modo de actuar, sino ese que lleva en sí las características de una acción que nace del amor.

¿Cuándo debéis actuar […]? Siempre, porque Dios así lo quiere.

Actuad en los instantes en que más os necesiten, sean o no los más cómodos para vosotras. Actuad, cueste lo que costare […]

¿Cómo debéis de actuar? Como Dios lo quiere. Ante todo, con paz […] Sin precipitación, ni desalientos, como quien sabe que la obra es de Dios, y no humana, que de él depende y no de vuestra industria. Con dulzura, mansedumbre, humildad y alegría. Haciéndoos todo para todos, poniéndoos a tono, midiendo bien las circunstancias, siendo prudentes, no llegando nunca a producir cansancio, no humillando a nadie, no escatimando alabanzas, siendo ordenadas y estándolo en palabras, modales y hasta en el rostro; no siendo exagerada ni en pro ni en contra; con respeto, sin parcialidades ni preferencias, ni aun aparentes; unas veces consolando, otras reprendiendo con mucha caridad, alguna en silencio y siempre como entendáis que Dios os lo pide […] Ha de ser vuestra actuación en tiempo y lugar oportunos […]

Nuestra oración, nuestro ejemplo, nuestra actuación, se medirá siempre por el amor que tengamos a Dios. Este amor es la medida del celo…

Pedro Poveda, Creí, por eso hablé, n. 185.

Por Camen F. Aguinaco

Imagen del Instituto Nacional del Cáncer