La novela Un país para morir se desarrolla en París, ciudad en la que se autoexilió y vive el autor de origen marroquí. Joaquín Vergés nos acerca con su propuesta a la reflexión sobre un motivo de migrar relacionado con las identidades, alteridades, para empatizar con ellas.
A vueltas con las identidades, hoy presentamos un autor con capacidad cautivadora para sumergirnos en ellas. Abdelá Taia es exponente de una literatura intimista, con perspectiva desde la diversidad cultural y la alteridad de género: sus personajes, en esta novela y en todas las suyas, son seres que viven y, sobre todo, transitan en mundos marginales o, quizá demasiado cotidianos, pero que el trazo descriptivo-simbólico o poético de Taia eleva hasta convertirlos en un símbolo de la lucha contra nuestros miedos más íntimos.
A partir de las experiencias propias en el plano social, político y sexual, Taia compone, a lo largo de su obra literaria, un cuadro intimista de nuestras sociedades.
Un país para morir, alejado de toda épica o clasicismo, presenta una galería de personajes en el borde del abismo identitario en el que origen geográfico, intimidad y diversidad de género se dan la mano casi de forma existencial: formas de supervivencia en el límite del clasicismo, es una característica del conjunto de la obra literaria de Abdelá Taia.
Existencialismo cotidiano y remembranza. Vidas al límite de la propia vida. En búsqueda de ‘un país para morir’ o, dicho de otra forma, una identidad que pueda dar sentido a la existencia. Entramado de recuerdos y ensoñación, el relato parte en la evocación de infancia de Zahira, prostituta al final de su carrera. Infancia e infancias de migraciones (huidas) y aprendizajes; conocimiento y reconocimiento en la diversidad sexual de su amigo Aziz, a punto de cambiar de sexo o la acogida al joven revolucionario homosexual, mientras pasado y presente se van conjugando a través de Allal, primer amor que va a dejar Marruecos para ir al encuentro de Zahira, o la historia del soldado Gabriel en Indochina a través de la cual se intuye otro rastro en el pasado postcolonial de Zahira.
La prostituta Zahira es, al fin, el eje que desprende esa vida de anhelos insatisfechos y, a la vez, otras vidas sino similares, tan próximas como evanescentes, pero con el denominador común de la búsqueda de una identidad personal en la que sentido de la pérdida y pertenencia conforman las aspiraciones de existencia, sentido de vida.
Es una lectura necesaria para el goce de la literatura por sí misma, en la que podemos buscar y buscarnos en ‘las identidades por desvelar’; descubrir a través de sentimientos y sensaciones alteridades para empatizar con ellas.
Por Joaquín Vergés Cabanzón
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