La Institución Teresiana sigue ofreciendo sus espacios al servicio de inmigrantes y refugiados. Esta vez nos llega un artículo de Alfa y Omega: la Casa de Espiritualidad Santa María de Los Negrales acoge en su albergue un proyecto gestionado por Cáritas Diocesana de Madrid.

Un techo junto a Pedro Poveda

El albergue de Los Negrales, gestionado por Cáritas Diocesana de Madrid en un edificio de la Institución Teresiana, abre sus puertas para las personas sin hogar de la sierra de Madrid.

Sara, una de las voluntarias, enseña a escribir palabras en español a Mohamed. «No sé cómo me aguanta», bromea él.

Martes, 20:30 horas. Llegamos al albergue juvenil que la Institución Teresiana tiene en su casa Santa María de Los Negrales (Alpedrete). Lo han cedido a Cáritas Diocesana de Madrid para que las personas sin hogar de la sierra tengan un lugar en el que dormir durante la campaña del frío, hasta el 30 de abril. “Lo teníamos sin ocupar por toda la situación del coronavirus”, nos había contado la teresiana Pilar Ruiz por teléfono, “y como estamos en contacto con Cáritas”, lo pusieron a su disposición.

Toma de temperatura al acceder al módulo donde está el comedor-cocina-sala de estar, registro, uso obligatorio de mascarilla y gel hidroalcohólico… No solo nosotros, sobre todo los que pernoctan allí. “Hay capacidad para 16 personas [contando con las medidas COVID-19] y ahora estamos al 50 %”. Susana Hernández es responsable de Obras Diocesanas de Cáritas en Madrid; nos enseña las instalaciones, muy confortables con su calefacción por suelo radiante e impecables porque los usuarios las tienen muy ordenadas y, además, cada mañana, cuando a las 8:00 horas salen del albergue, un equipo de Ilunion limpia y desinfecta todo.

En el albergue les permiten dejar de una noche para otra los básicos de higiene y aseo personal.

Los hombres duermen en una amplia sala de literas ocupadas de forma alterna para garantizar la seguridad sanitaria. Bueno, no todos: a la planta baja del módulo de pernocta han llevado un colchón para el roncador, que comparte espacio con la técnico de Cáritas que se queda de guardia. Las mujeres, que de momento no hay, tienen otro módulo reservado. “¿Puedo pasar al baño?”. Mohamed se asoma a la puerta, marroquí, 17 años en España y tres meses en la calle después de haber abandonado la casa de un tío suyo. Ha estado durmiendo en una caseta de obra hasta que abrió el albergue. “Se lo agradezco, se lo agradezco”, y lo repite una y otra vez.

Una muerte en la calle

La muerte de Alfonso, un sintecho de Collado Villalba cuyo cadáver fue encontrado una mañana en la calle, disparó todas las alarmas. Fue en diciembre pasado, y esto aceleró un proceso que se venía fraguando desde hacía tiempo en Cáritas de la sierra. Con el desayuno, la ducha y el lavado de la ropa en el centro de día Hogar Santa Rita –inaugurado en octubre–, y las comidas y cenas facilitadas en el comedor social de la parroquia Virgen del Camino, quedaba «ponerles techo» para las noches, cierra el círculo Ruiz. Todos los que acuden al albergue tienen, de hecho, su seguimiento en Santa Rita. “Y si a alguno lo trae la Policía de urgencia, tiene el compromiso de ir al día siguiente al hogar” para el registro, indica Hernández.

Marius y Santi en plena partida. A las 23:00 horas podrán ir a dormir, y a las 00:00 se apagan las luces. Foto: Begoña Aragoneses

En un extremo del comedor, Marius y Santi juegan al ajedrez. El primero, rumano, diez años en España y «poco trabajar», se incorpora esa noche por primera vez a la familia del albergue. Sí, una familia o «más que una familia» que dice Mohamed, es lo que tienen entre ellos, y lo que fomentan en el albergue con “ese rato de acogida” antes de dormir, como apunta la responsable de Cáritas. El segundo ajedrecista es de Villalba, con su familia en Villalba, 21 años, desde octubre durmiendo “básicamente en la calle”. “¿Pero, qué ha pasado, Santi?”. Se encoge de hombros. “Sin contrato…”. “Aquí bien. Sin más”. Hay más porque a Santi se le nublan los ojos por encima de su mascarilla, pero él prefiere hablar de cómo está su partida, que por cierto va ganando.

El albergue se encuentra en el extremo de una finca que la Institución Teresiana lleva en el corazón porque en la capilla de la casa principal reposan los restos de su fundador, san Pedro Poveda. En tiempos, cuando las teresianas se instalaron allí a finales de los 40, fue la primera escuela que hubo para los niños de Los Negrales. Implantaron el modelo pedagógico basado en el humanismo cristiano que impulsó el padre Poveda. A él se refirió san Juan Pablo II, en su canonización en Madrid en 2003, como un hombre “convencido de que los cristianos debían aportar valores y compromisos sustanciales para la construcción de un mundo más justo y solidario”. Ahora, a escasos metros de su sepultura, duermen todas las noches hombres en los que se concreta un compendio de obras de misericordia y que, como dice Juan, voluntario, ayudan a «dar nombre y dignidad a las personas que antes te eran indiferentes».

Por Begoña Aragoneses, Alfa y Omega

11 de febrero 2021