¿Se puede creer y no comunicar la experiencia de Dios? Poveda[1] hace 100 años expresa que “hay muchas maneras de creer; pero una sola es la que justifica”, una sola es verdadera. “Un testimonio sin experiencia alguna de Dios es una farsa”, dice Pagola[2]. Pero la experiencia de Dios, si no se comunica, es falsa: “creer bien y enmudecer no es posible”, insiste Poveda, “mi creencia, mi fe no es vacilante, es firme, inquebrantable, y por eso hablo”.

Hablar, comunicar, expresar… El creyente, en la vida diaria, no “organiza su vida para dar testimonio” ni “llamar la atención, impactar”, como opina Pagola, “sencillamente vive su experiencia y trata de ser fiel a Dios; solo a veces tiene ocasión de comunicar el secreto de su vida. El verdadero testimonio se da como de paso, como añadidura, algo que la persona va irradiando con su manera de ser, vivir, creer y, sobre todo, de amar”. Si nos ven vivir así, coherentes con nuestra fe, nos preguntarán por el secreto de nuestra vida.

Poveda cree en la fuerza de un grupo de creyentes insertos en una sociedad no creyente. Cree en ese modo de comunicar y expresar la fe, primero sin palabras, pero sí con las obras, con la forma peculiar de relacionarse con todos, con la forma de pensar, de mirar, de comprometerse con la justicia… con la esperanza sostenida en tiempos de dificultad, con la alegría inquebrantable… Y Poveda también sabe por propia experiencia que una vida así interroga, no deja indiferente y hasta puede ser perseguida. Ser testigo es dar nombre, es poner palabra al sentido de la vida.

“Los que pretenden armonizar el silencio reprobable con la fe sincera, pretenden un imposible”, sigue Poveda. “Los verdaderos creyentes hablan para confesar la verdad que profesan” -podríamos decir para revelar el secreto de sus vidas– y esto con seriedad, sin provocación, “pero sin cobardías”; sin pedantería, pero sin vergüenza; con afecto, pero sin adulación; “con respeto, pero sin timidez”; sin violencia, “pero con dignidad”; sin cabezonería, “pero con firmeza”; “con valor”, pero sin ser insensatos. Porque hasta en la manera de hablar de su experiencia, el creyente muestra una manera de ser que le hace singular, diferente, aunque igual a todos.

Los verdaderos creyentes hablan “para decir lo que deben, sea o no, del agradado de los que oyen; halague o no, a los que escuchan; sea conforme o no a las creencias de los que presencian la manifestación de su fe”.

Una fe así vivida, nos hace testigos. “Porque tenemos el mismo Espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: ‘Creí, por esto hablé’, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos” (2 Co, 4, 13).

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[1] San Pedro Poveda, Creí, por esto hablé, [158-I]

[2] José Antonio Pagola, Anunciar hoy a Dios como buena noticia.

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