El 4 de mayo de 2003, Juan Pablo II, en su último viaje a España, canonizaba en Madrid al sacerdote Pedro Poveda “sacerdote prudente y audaz, abierto al diálogo”, de sólidos valores evangélicos y un amor hecho de obras y verdad, “alimentó la fe de muchos”, promovió obras y colaboró con diversas instituciones, “maestro de educación y de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia, trabajó estudiosamente a favor de la justicia social y de la solidaridad humana”, podemos leer en la Bula de la canonización.

Hoy nos unimos con tantas personas que, desde entonces, se han acercado al camino de santidad que él recorrió y que abrió para otros: ser sal que da sabor y cauteriza; usar la palabra para manifestar su fe en el Dios de Jesús: “Creí, por esto hablé”; unir en la vida el estudio y la fe porque “no son incompatibles”; encarnar unos modos de vivir como los de aquellos que conocieron a Jesús después de su Resurrección.