¿Qué se puede decir del corazón? Un músculo, un órgano indispensable, la sede de la identidad personal, el centro simbólico del sentimiento, del perdón y del amor, el pulso de la misión. El papa Francisco dice muchísimas cosas, y por lo tanto, su encíclica, Dilexit nos, sobre el Sagrado Corazón tiene que ser de lectura lenta y quizá en distintos momentos.
Al papa le gusta hablar de realidades poliédricas. Por tanto, quien piense que va a encontrar una especie de tratado sobre la devoción al Sagrado Corazón, en el sentido de religiosidad popular, no se equivocará. Pero no es solo eso. Es, por así decir, una reflexión algo enciclopédica que une psicología, Escritura, contenido de doctores de la Iglesia, espiritualidad, vida diaria, compromiso social y misión evangelizadora.
Cuando salió a la luz la encíclica, algunos se apresuraron a criticar el sesgo de acción social. Y, ciertamente, hay una llamada al servicio, a la justicia y a la atención a quienes más lo necesitan. Pero eso también es solamente una parte del texto. Después de toda una reflexión bíblica, teológica y de espiritualidad, la consecuencia lógica y la llamada es a la acción. Después de todo, el amor de un corazón siempre se tiene que traducir en obras, o no es amor.
Volver al corazón
La encíclica está organizada en cinco capítulos, con ideas que a veces se solapan y otras se complementan o desarrollan.
En los dos primeros capítulos se explora el concepto de lo que es el corazón, ahondando en el sentido de corazón como centro de identidad, más allá de su mera función de órgano. Basándose en la filosofía antigua, asegura el papa:
En el griego clásico profano el término ‘kardia’ significa lo más interior de seres humanos, animales y plantas […] Así advertimos desde la antigüedad la importancia de considerar al ser humano no como una suma de distintas capacidades sino como un mundo anímico corpóreo con un centro unificador que otorga a todo lo que vive la persona el trasfondo de un sentido y una orientación”.
Dilexit nos, n. 3
Anima, por tanto, a volver al corazón, es decir, a la verdadera identidad, recomponer los fragmentos que a lo largo de la vida se van produciendo por presiones externas o tensiones internas. Llama a superar el dominio de lo tecnológico y la superficialidad en la que a veces caemos incluso inconscientemente. Ante un mundo en guerra y desconcierto, es necesario de nuevo preguntarse: ¿Tengo corazón?, que equivale a interrogarse por el propio sentido e identidad. Asegura el papa que el corazón puede cambiar ese mundo inquieto y revuelto. Y afirma que el Corazón de Jesús es el principio unificador de la realidad.
Sobre esta base, la encíclica va desarrollando toda una teología bíblica sobre el corazón, en la que más tarde se apoyarían los padres de la Iglesia para propagar la devoción. Recientes papas, como León XIII, Pío XI, o Juan Pablo II ahondaron en la sólida teología y las bases trinitarias que sustentan la devoción. Pasan, además, delante de nosotros, maestros de la espiritualidad como san Bernardo, san Buenaventura, san Juan Eudes, Claudio de la Colombiere, o Carlos de Foucauld. Dedica apartados especiales a san Francisco de Sales, santa Teresita del Niño Jesús y al pensamiento e influencia de la Compañía de Jesús en la propagación de esta devoción.
El corazón impulsa a la acción
Una devoción con bases tan sólidas no puede sino impulsar a la acción. Las primeras acciones que propone el papa Francisco en la encíclica se refieren a la reparación, que, más que un pago, es una respuesta al inmenso amor redentor. Es una unión a la Pasión de Cristo que trae, según comenta el papa, consuelo y paz.
Esto nos invita ahora a tratar de ahondar en la dimensión comunitaria, social y misionera de toda auténtica devoción al Corazón de Cristo. Porque al mismo tiempo que el Corazón de Cristo nos lleva al Padre, nos envía a los hermanos. En los frutos de servicio, fraternidad y misión que el Corazón de Cristo produce a través de nosotros se cumple la voluntad del Padre. De este modo se cierra el círculo: “La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante” (Jn 15,8).
Dilexit nos, n. 163
Con estas palabras el papa hace la conexión entre la devoción al Sagrado Corazón y el compromiso humano de relaciones a nivel familiar, local y social. Apoya, de nuevo, esta práctica en textos de padres de la Iglesia y santos que han ahondado en la espiritualidad, y dedica un amplio apartado a la reparación, la restauración o la “construcción sobre las ruinas” de relaciones rotas. Cita a Juan Pablo II que habla de la necesidad de la espiritualidad para una verdadera “civilización de la vida”, y añade:
La reparación cristiana no se puede entender solo como un conjunto de obras externas, que son indispensables y a veces admirables. Esta exige una mística, un alma, un sentido que le otorgue fuerza, empuje, creatividad incansable. Necesita la vida, el fuego y la luz que proceden del Corazón de Cristo.
Dilexit nos, n. 184
Tal mística pasa por el perdón, la reparación y el sufrimiento, pero lanza a “enamorar al mundo” por medio de la tarea misionera de la Iglesia, de servicio en comunión y de lucha por la justicia.
Concluye resumiendo en estas palabras todo el texto, subrayando el hilo conductor del Corazón de Cristo del que brota el agua que necesitamos y el agua que tendremos que ofrecer a los demás:
Pido al Señor Jesucristo que de su Corazón santo broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Eso será hasta que celebremos felizmente unidos el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesantemente de su Corazón abierto. Bendito sea.
Dilexit nos se centra en la humanidad de Cristo que tiene como símbolo su corazón y por tanto, alcanza todas las dimensiones del ser: desde altos conceptos teológicos hasta los aparentemente nimios detalles cotidianos, como las galletas de una abuelita o las pequeñas irritaciones diarias que son parte de la propia identidad.
Por Carmen Fernández Aguinaco