Para amar y humanizar este mundo en que vivimos ¡cómo necesitamos un corazón grande y generoso, un corazón “dilatado como la arena de las playas”! Josefa Segovia decía que Santa Teresa nos puede enseñar a ensanchar el corazón. Ofrecemos un fragmento de la carta que escribió Josefa Segovia el 15 de septiembre de 1944.
Bien será que pongamos nuestros ojos en este corazón hermosísimo y veamos un poco cómo es.
Un corazón grande y dilatado
Y lo primero que salta a la vista es […] ¡Que el corazón que dio el Señor a ala Santa es un corazón grande y dilatado como la arena de las playas! […] El mundo entero era pequeño para el grandísimo corazón de esta asombrosa mujer. De ahí que no fuera amiga de pequeñeces, de encogimientos, de tacañerías… ¡Como las arenas del mar…!
Corazón limpio y bueno
¡Qué limpio y sano era el corazón de la Santa! No blanqueado por la hipocresía, no corrompido […] sino transparente como las aguas cristalinas y hermoso y jugoso, como fruta sazonada, sana y madura. Limpio en la persecución y en la prueba y sano después de los golpes de la contradicción y la calumnia.
Todos cuantos la trataban pudieron decir: “¡Qué bueno es el corazón de esta monja!”. Porque a todos llegaban sus bondades. ¡Qué bueno y magnánimo para sus hijas! […] En dar contento a otros tenía gran extremo.
Corazón generoso y agradecido
Si su corazón era bueno, no menos era generoso y agradecido. Sembrador de gratitud, que tan buenas cosechas prepara. tan generoso que se hacía pedazos por sus hermanas y, al propio tiempo, permanecía entero y sin mancha para Dios nuestro Señor. Poesía el don de darse y no gastarse; de entregarse y no atarse; de ser de todos, siendo solo de Dios.
Corazón de madre
Pero quiero fijarme singularmente en una característica muy especial del corazón de la Santa: era un corazón maternal. Precisamente de esa maternidad nacían su delicadeza para tratar a las personas y aquellas intuiciones maravillosas para adivinar un dolor físico o moral y poner enseguida el bálsamo que lo aliviase.
Como tenía corazón maternal se hacía cargo de las flaquezas y debilidades humanas y, lejos de censurarlas con crudeza, las cubría con su gran caridad. Era maternal para enseñar, para castigar y para perdonar. […] Con ese su corazón maternal sufre las faltas de sus prójimos y no se espanta de ellas. No hay cosa enojosa que no pase con facilidad. Siente los trabajos y enfermedades de las hermanas aunque sean pequeños. Quita a las hermanas de trabajos y los toma para sí.
Danos, Señor, un corazón teresiano
Haga nuestro Señor que la Madre nos enseñe y nos empuje a ser como ella, a amar como ella y a parecernos a ella. Si su corazón nos sirve de modelo, brotarán de los nuestros palabras de consuelo y palabras de paz. Nuestras palabras servirán de lazo de unión entre hermanos, de bálsamo para las heridas y de medicina para los enfermos. De nuestro corazón hablará nuestra boca y no heriremos ni desuniremos a nuestros hermanos.
¡Corazón caritativo, corazón teresiano…! A todas horas está demostrando que se formó en el molde, que es el Corazón Inmaculado de la Virgen María. Ojalá tengamos así el corazón…
María Josefa Segovia, La gracia de hoy, pp. 234-236