Vivimos en la prisa. Una prisa que nos estresa, que nos abruma… que nos inquieta. Prisa por llegar… ¿a dónde? Por terminar tal o cual trabajo y tarea. Por conseguir ser los primeros ¿en…? Pero hoy hablamos de otra prisa, una prisa que nos construye y nos regala paz. El amor pone prisa en los pies y en el corazón. El 31 de mayo celebramos la fiesta de la Visitación de María a su prima Isabel. Un momento para detenerse y pensar en uno de los aspectos más notables del relato. Josefa Segovia comenta en una carta de 1955 la prisa de María para el servicio.
Del relato evangélico sacamos inmediatamente una lección: “Partió María presurosa”. Es decir, que cuando se trata de hacer un bien, de alegrar a otros, de llevarles la buena nueva en nombre del Señor, es preciso obrar como nuestra Madre: con premura. […]
La caridad puso alas al corazón de María para atravesar las montañas de Judea y llegar hasta la casa de su santa prima. Qué estímulo para la pobreza de nuestra caridad que, a veces, en lugar de llevar alas, soporta el peso de nuestro egoísmo, […] vamos a proponernos practicar la caridad como nuestra Madre […] Caridad fina y delicada. […] Caridad interna y externa; que disculpa y que visita; que ama y que comunica ese amor. […]
No seamos egoístas. En cuanto estemos en posesión de Dios por la gracia, no quedemos en nosotras mismas. Corramos presurosas a quienes tienen sed de Dios y nos esperan con el corazón abierto…
Josefa Segovia. Carta, 25 de diciembre, 1955. En La Gracia de Hoy, pp 84-85.