Carmen F.  Aguinaco entrevistó a Antonio Piedra sobre su última publicación ‘Una hermosura extraña’. Teresa es, según el autor, una mujer de ‘hermosura extraña’, una mujer multifacética, letrada y libre que camina ‘en zapatillas’.

Antonio Piedra tiene un larguísimo historial como director de la Fundación Jorge Guillén, académico de número de la Academia Castellano-Leonesa de la Poesía. Ha sido profesor de literatura en la Universidad de Valladolid, autor de libros de poemas, diversas publicaciones, editor de diversas colecciones de poesía y colaborador en medios de prensa.

Técnicamente, Una hermosura extraña se trata de un libro sobre la poesía de Teresa de Jesús, pero Piedra desentraña la literatura de la santa para presentar una figura única que parece estar por encima y al mismo tiempo abarcar todas las clasificaciones.

Asegura Piedra que Teresa se sale de todos los cánones literarios, filosóficos y teológicos para presentar el “discurso de su vida”.

“A Teresa, se la ha leído bajo muchas facetas distintas: piadosa, ritual, fundadora, luchadora. Pero nunca desde el “discurso de su vida”, que es paralelo al discurso del entendimiento. Podemos entenderla de muchas maneras según convenga al lector. Pero ella habla del “discurso” de su vida. Y ¿por qué habla del discurso?  Primero, porque es una mujer; segundo porque es muy inteligente. Tercero, porque no quiere parecerse a todos los discursos que había. Y cuarto porque ella solo quiere hablar de una cosa, que es lo que ella llama “la razón de amor”, es decir, la relación entre Dios y la persona. No hay nada más importante.”

“Todo esto requiere que la persona que tiene esa clase de ideas y que las tiene tan claras, tiene que escribirlas, pero no al modo de los códigos canónicos en torno al estilo. Ella crea su propio estilo. Eso quiere decir que es una excepción en la literatura. La persona más excepcional en el mundo desde el punto de vista literario. Yo no hablo de la espiritualidad. Pero, claro, sin la espiritualidad no se puede hacer el discurso. No es un tema capcioso. El discurso teresiano no se puede inventar así por las buenas y, por supuesto, el de Teresa tiene una carga de espiritualidad que nos lleva a una cosa muy importante que se crea a partir de cierta instancia: que existen unas ciencias del espíritu. Por tanto, Teresa, sin entrar en un canon, es ella misma una científica del espíritu. Es decir, es una de las que experimentan lo que se llama en filosofía ciencia del espíritu. Y, por tanto, entiende muy bien que la gente más sencilla puede acceder directamente a las cosas de Dios.”

Una hermosura extraña presenta, por tanto, a una Teresa multifacética, profundamente “letrada”, aunque ella diga lo contrario, y libre. Cuando se le pregunta a Antonio con qué Teresa quedarse de las muchas que aparecen en los escritos, responde rápidamente:

“Con todas, que es una misma. Pues estamos frente a una hermosura tan extraña, pero que coincide con eso que dijimos al principio: esa ciencia del espíritu que ella misma dice: no, yo no soy letrada, yo no soy teóloga… pero se muestra como una mujer que camina simplemente, en zapatillas y que pone el mundo a sus pies. Sencillamente, pero con una exigencia extraordinaria. Hay algo muy importante y muy curioso; es un proceso retórico por el cual Teresa se va deificando, pero centrada en la humanidad. Juan de la Cruz es un retórico; no hay más que leer los Comentarios al Cantar. En cambio, Teresa es humanista. Teresa es complejísima. En Juan cabe solo una cabeza; Teresa tiene cinco cerebros. Ahí está el quid; ese es el resumen. Teresa se deifica y Dios se teresiza. (‘Yo soy Teresa de Jesús; yo soy Jesús de Teresa’). Es una razón de amor, que exige correspondencia. Les dice a sus monjas: ‘que nosotras estamos desposadas con Él y hay que pedirle respuesta.’ Hay que exigir que ‘cumpla’ como Esposo. Entendimiento y consecuencias: nosotros para tender a la eternidad, pero Dios para construir lo que es su Iglesia.”

Antonio habla con entusiasmo y pasión.  Una hermosura extraña fue presentada el 24 de mayo por la BAC en el Colegio Mayor Poveda, con el patrocinio de la Revista Crítica.

Por Carmen F. Aguinaco