Vasile Grossman terminó poco antes de morir su novela Todo fluye (2008) en la que narra con honestidad las consecuencias de la guerra, los límites a la libertad, la condición humana en toda su crudeza.

Un poco a caballo entre novela y ensayo, Todo fluye presenta una reflexión profunda sobre la libertad humana amenazada tanto por fuerzas históricas e ideologías políticas como por el propio autoengaño.

Grossman se adentra en un tiempo oscuro y tristísimo del siglo XX, que comenzó con Lenin, continuó con Stalin y no parece tener fin. Pero la novela afirma la fuerza y la libertad interna del espíritu humano que prevalece a pesar de condiciones trágicas, de desmoronamiento moral y corrupción generalizada.

“No hay inocentes entre los vivos”, afirma Grossman, “todos son culpables; tú, el acusado, tú el fiscal; y yo, que estoy pensando en el acusado, en el fiscal y en el juez”.

Todo fluye no acusa a nadie, pero acusa a todo un sistema destructivo y aniquilador de la libertad. Y lo hace simplemente describiendo el viaje de Ivan Grigorievich después de tres décadas preso en campos penitenciarios. Narrado en primera persona, el libro no es estridente en su juicio, pero sí descarnado en la descripción de lo que el protagonista ve a su alrededor; y lo que ve va mucho más allá de una descripción material de lo que ven sus ojos. Es una visión interna, profunda y de búsqueda de la verdad.

La Europa del Este, de enorme actualidad durante esta interminable guerra en Ucrania, se nos hace presente en este libro de una manera que obliga a pensar en la complejidad del pensamiento, alma, motivaciones humanas, y en su búsqueda de la verdad.

Por Carmen Fernández Aguinaco

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