En 1922, hace 100 años, Poveda insistía en la irresistible atracción de la persona que vive con pasión esta ‘idea buena’ que es la vocación a la Institución Teresiana. Estos fragmentos pertenecen a la segunda carta sobre este tema que escribe a sus colaboradoras en las Academias.

La virtud que atrae, que edifica, que arrastra, es la virtud verdadera, y el que no la posee, ni puede enseñarla, ni puede comunicarla […]

Cuántas veces aconteció que un acto vuestro fue el despertador de un alma, la cual, después de una gran lucha, vino a declararlo como causa de su conversión, de la sacudida de su pereza, o de su mayor piedad […] Considerad, además, que sois instrumento de Dios y para serlo de tal artífice, hay que ser de la mejor calidad […] Perseguís la santificación [de vuestras alumnas] ¿cómo no comenzar por la propia? […] “Si estás con santos, serás santo”[1]; luego, si ellas no lo son, ¿será por no serlo vosotras? […]

Por último, os recomiendo que no desmintáis con vuestra conducta la afirmación de Cristo, nuestro Señor, y si “su yugo es suave y su carga ligera”[2], no deis vosotras a entender lo contrario, haciendo antipática y enojosa la virtud. Si queréis, y debéis quererlo, llevar muchas almas a Dios, […] no las asustéis.

Reservad para vosotras lo áspero, lo duro, lo trabajoso; así lo hizo nuestro Señor, y repartid la dulzura, la bondad, la paciencia […] La medida de lo que habéis de recibir estará en lo que deis. Dadlo todo, pues a Dios se lo dais, y recibiréis mucho para Dios, puesto que para Él queréis lo que pedís.

Pedro Poveda, Creí, por eso hablé, n. 184

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[1] Sal 18, 26

[2] Mt 11, 30