Mucha veces valoramos a las personas por el éxito en su trabajo y ocupación, pero no siempre los trabajos y ocupaciones más necesarios y hasta urgentes van acompañados del éxito. Carmen F. Aguinaco nos presenta hoy a una mujer que vivió en el silencio, murió joven, pero fue un pilar para la incipiente Institución Teresiana y un apoyo irreemplazable para Pedro Poveda, su primo.

Escuché esto no hace mucho y me parece tener una enorme sabiduría. A menudo nos medimos a nosotros mismos y medimos a los demás según logros y éxitos. Ciertamente, las obras dicen mucho de quién es la persona. Pero no necesariamente por el éxito que tengan, sino por la verdad con la que tales obras se hagan.  Lo que ocurre, lo que nos puede ocurrir a muchos, es que quizá las obras no ‘brillen’, no parezcan gran cosa o, a veces, incluso pasen desapercibidas.  Y entonces, parece que somos menos, que valemos menos. Y es posible que lleguemos a creerlo. O, en momentos de éxito, podríamos pensar que nos hemos ‘crecido’. Ni lo uno ni lo otro es la verdad de quienes somos, ni debería determinar el valor que nos adjudicamos a nosotros mismos, o que los demás nos adjudican.

Pienso, por ejemplo, en Antonia López Arista, una de las primeras y más importantes colaboradoras de Pedro Poveda. En el recuerdo de la Institución, Antonia figura como un pilar importantísimo. En ella confiaba Poveda incondicionalmente. Es ella quien parecía ser, por un tiempo ‘el alma’ de la Obra.  Y, sin embargo, nos resulta difícil encontrar escritos de Antonia, aparte de alguna frase perdida, alguna breve carta a alguna alumna o amiga. Podría haber parecido insignificante. Nada más lejos de la realidad.

Debido a sus obligaciones familiares, Antonia tampoco pudo estar muy activa en la obra de las Academias. Sin embargo, su callado trabajo y su apoyo fueron fundamentales para el avance del incipiente proyecto.  No sabemos si hacía algo para ella misma. Y, si dependiéramos de su propia expresión para saber quién era, no tendríamos ningún resultado. Parece que se había aprendido muy bien lo que decía Poveda: “Alábate el ajeno, y no tu boca”. Pero quienes estaban cerca sabían bien cómo Antonia ofrecía apoyo, ánimo e impulso de manera sencilla y realista, pero autorizada. Llamaba, cariñosa y cercanamente. Y también desafiaba a algo más grande. No ocultaba la dificultad ni prometía éxitos y glorias.

A una de las primeras colaboradoras de Poveda le decía, como podría decir hoy con la misma verdad: “Las obras grandes tienen que abrirse paso entre toda clase de dificultades y persecuciones para que brille más su origen. Los comienzos de todas ellas fueron siempre trabajosas y humildes. Las de Dios son así…”[1]

Al fin y al cabo, obras, éxitos o fracasos nunca deberían ser diosecillos ocupando un corazón que sólo debería ocupar Dios. Obras, éxitos o fracasos son, simplemente, la ofrenda que Dios se encargará de hacer fructificar. Dice Antonia a de las primeras colaboradoras de Poveda: “¿Qué tal vas de preocupaciones? ¿Se tranquilizó tu espíritu? ¿Cómo vas con tus estudios? ¿Qué vida continúas haciendo ahí?… “[2] “¡Es muy grande ese corazón para que nada pueda llenarlo fuera de Dios!”[3]

Por Carmen F. Aguinaco

[1] Carta del 20 de 20 de julio de 1915. Ant. Escr. nº 35.

[2] En Ant. Escr. nº 10.

[3] En Ant. Escr. nº 11.