Sí, la realidad que vivimos nos ha hecho conectar con la fragilidad que somos… y nos preguntamos: ¿existió alguna vez una sociedad sólida?, ¿cómo ‘desfragilizarnos’?, ¿hay lugar para la esperanza?  Carmen F. Aguinaco ha hecho estas preguntas a Manuela Aguilera.

Madrileña castiza, Aguilera estudió en el Instituto Josefa Segovia de Madrid y pertenece a la Institución Teresiana. Cursó periodismo en Madrid también y un Masters en Aspectos retóricos, dialécticos, políticos y deontológicos de la información de la Universidad Complutense de Madrid. Fue directora de la Revista CRITICA y, más tarde, directora del Consejo de Cultura de la Institución. En este momento, coordina el área de Difusión del Patrimonio Histórico de la IT.

Carmen F. Aguinaco: ¿Cómo y por qué empezaron a interesarte estas cuestiones de la sociedad actual?

Manuela Aguilera: Como te dije, me fui especializando en el análisis de la realidad social o sobre las claves de acceso a la misma. Vivir atenta a la realidad, mirarla, analizarla… es esencial para mí. Escribir consiste en el arte de interesar, de seducir con las palabras, pero, además mi profesión tiene un aliciente más y es que te obliga a estar atenta a la realidad para escudriñarla y, desde tu mirada, contarla a los demás con la mayor veracidad posible. Y esto no es fácil, porque no sabemos ver y sentir con exactitud. La familia, el grupo al que pertenecemos…, la sociedad, en definitiva, modela esa mirada y nos lo impide. Sólo por un esfuerzo continuado de estudio y de cultivar la duda como acceso privilegiado a la realidad se levantan de vez en cuando los visillos que nos ocultan el paisaje y al abrir los ojos vemos el infinito dolor de nuestro entorno y salimos de nuestra pequeña y doméstica visión.

C.F. A.: Has dado varias conferencias sobre una sociedad fragilizada… ¿Pero es que alguna vez existió una sociedad sólida? ¿Qué ha pasado para fragilizarla…?

M. A.: Llevo tiempo dando charlas siempre relacionadas con mi especialidad. En esta ocasión, las charlas se han producido a raíz del documento que el Consejo de Cultura escribió con ese título. Sobre si la sociedad es sólida o líquida, lo mejor es leer a Zygmunt Bauman. Él afirma que la transición de la modernidad sólida hasta nuestros días ha evolucionado y se ha debilitado; la sociedad vive ahora sin moldes, vivimos adaptándonos constantemente a las necesidades que nuestra modernidad nos impone, sin planes establecidos, como si fuésemos gotas de agua en un cristal que avanzan sin rumbo definido, donde la única certidumbre que tenemos, es la incertidumbre que experimentamos. Somos parte de lo que él denomina como ‘modernidad líquida’.

Nuestra realidad es muy compleja y, aunque nuestro modo de pensar y llegar a comprender no está a la altura de la complejidad del mundo en que vivimos, es importante proporcionar una explicación de lo que pasa. Quizá no sea esa la solución de los problemas, pero sí forma parte de ella. Esta es una tesis que llevo defendiendo desde hace años y que me ha llevado a trabajar, de diferentes modos, en los procesos que nos ayuden a entender esa complejidad y, por mi profesión, a contarla de manera que tenga sentido.

C.F. A.: La sociedad está compuesta de individuos… ¿ves también a la persona fragilizada?

M. A.: ¡Claro que sí! Nunca como en el presente se han producido cambios tan rápidos en prácticamente todas las esferas de la realidad. Las transformaciones sociales y políticas han sido tan grandes, que han modificado también al ser humano de nuestro tiempo como las relaciones entre ellos y el marco cultural. Podríamos hacer una larga lista de elementos que hacen a la persona más frágil que nunca hoy día: el buscar destacar y sobresalir; la frustración y depresión generada por la infinita oferta de éxito; la manera de hacer relaciones efímeras y sin compromisos; el relativismo de valores; la crisis moral, la cultura de la inmediatez, la prisa y la impaciencia; el consumo descontrolado; la pasividad y el deseo de que se dé todo hecho; el no saber manejar la agresividad… Existe un largo etcétera.

En definitiva, somos reflejo de la sociedad que hemos creado. El capítulo que escribí en La sociedad fragilizada lo titulé La sociedad frente al espejo para significar que nosotros y nosotras, cada una de las personas que formamos esa sociedad somos el espejo…, el ser humano es relación, nuestra identidad se sostiene sobre el contraste que nos ofrecen los demás. Por lo tanto, si nos ponen por delante amor, respeto, diálogo, generosidad y esperanza, reflejaremos amor, respeto, diálogo, generosidad y esperanza; si no, no tenemos nada que reflejar o reflejaremos aquello que rompe y que nos rompe…

C.F. A.: ¿Qué argamasas o pegamentos harían falta para restablecer la fuerza de la sociedad, para ‘des-fragilizarla’? Es decir, ¿hay lugar para la esperanza?

M. A.: Creo que hay algunas estrategias que generan esperanza o permiten no perderla y mantener una actitud resiliente ante la realidad. Por ejemplo:

  • No caer en la tentación de la nostalgia, ni en la espera pasiva. Existen miles de personas, quizá millones, que ya han abandonado sus miedos y su seguridad y se han movido en dirección a los otros.
  • Prestar atención a los cuidados.
  • Un primer paso hacia la esperanza es la reflexión y la formación sobre la realidad, para saber ver y dejarme afectar por las personas y sus problemas. La esperanza se genera apostando siempre por alguien. Es importante asomarse al dolor ajeno y experimentar que sus heridas son las de todos y todas. La esperanza no es descarnada. Sólo tendremos una palabra de esperanza si vislumbramos desde dentro las penas y desesperanzas de aquellos a los que nos asomamos. No tendremos palabras de compasión a no ser que vivamos, en cierto modo, sus fracasos como nuestros.
  • Deberíamos defender la deconstrucción de nuestra cultura del exceso, de nuestra cultura del despilfarro, repensar nuestros hábitos de consumo y poner límite a la acumulación. Es decir, crecer menos para que todos crezcamos. Entrar en esta dinámica nos hace hombres y mujeres creadores de esperanza.
  • La protección de los bienes comunes globales, que son esos recursos que no pertenecen a ningún estado, pero nos pertenecen a todos.
  • Es necesario, también, para alimentar la esperanza, practicar la compasión a la que hoy no se considera una virtud, y menos aún, un principio moral, sino una actitud apagada y pusilánime propia de las personas débiles de carácter. Pero el verdadero sentido de la compasión es ponerse del lado del otro, más aún, en el lugar de los otros sufrientes en una relación de igualdad.
  • Es urgente que cada uno y cada una seamos, en medio de esta crisis planetaria, constructores de vínculos, creadores de un tejido social de proximidad, de vecindad, de empatía [especialmente] con los que habitan las periferias.
  • Se necesita un modo de ser humano no fatalista, no pesimista, muy alejado de las narrativas que alimentan el desaliento y la desesperación. El sentido del humor nos regala la capacidad de reírse de una misma, y poner en perspectiva muchas historias. Una buena dosis de sentido del humor nos ayuda a reconocer que lo que vivimos como si fuese un drama a veces son bobadas y lo que vivimos como éxtasis pues tampoco es el no va más. Nos hace conscientes de las fragilidades propias, de nuestras meteduras de pata de nuestras contradicciones y manías. Quita hierro a lo que a veces se nos clava en el corazón y nos paraliza (como un comentario desafortunado de alguien, una decisión que no compartimos, un comportamiento que nos molesta…)
  • Y, por último, la difícil tarea de crear sueños.

C.F. A.: Ante tanto problema, que estamos viviendo y que podría llevar a un sentimiento de impotencia, ¿qué luz o qué fuerza te da la fe para seguir viviendo?

M.A.: Mi fe, mi familia, la Institución a la que pertenezco… la sociedad, en definitiva, van modelando esa mirada a esa realidad de la que te he hablado. Creo que lo que define mi mirada es mi fe. Dios se manifiesta y se me da a través de lo que hago. El compromiso con la vida (la profesión es parte de ella), el obrar la justicia y el empeño por una sociedad más fraterna, más evangélica, es constitutivo de mi experiencia de fe.

La verdad, es que busco constantemente cómo es la mirada de Jesús a la realidad en el Evangelio y eso me da mucha luz y me sorprende constantemente: una mirada que sabe discernir, que no es miope, fiel a Dios, pero no tonta; es una mirada contemplativa porque bucea en el hondón humano, descubre tras el rostro del pobre, del enfermo, del forastero, al mismo Dios; Es una mirada que se indigna ante lo injusto, indignada cuando se juega la suerte de los pequeños, cuando Pedro escapa de los conflictos, cuando se buscan privilegios, cuando se manipula a Dios o cuando su casa es una cueva de ladrones… Es una mirada que se implica.

Y mediatiza mucho mi fe el pertenecer a ese nutrido grupo de personas fascinadas por Teresa de Jesús, cuya experiencia de fe me ha atraído siempre, una experiencia no tanto marcada por el hacer o el buscar a Dios, sino por el dejarse hacer por Dios y dejarse encontrar… Y es que, en definitiva, a Dios se le conoce abriendo los ojos, como se conoce la luz, abriendo los oídos como se conoce la música.

La experiencia de Dios (…) no es una experiencia al margen de la vida cotidiana: trabajar, llorar, tener hijos, amar, comprometerse…, sino que es una nueva manera de experimentar todo eso desde la condición divina en que el ser humano consiste… Esto es lo que Rahner describía como la ‘mística de la cotidianidad’.

Esto recoge fragmentos de una interesante y amplia entrevista. Por su interés, si quiere leer el texto completo, contacte con el Departamento de Comunicación IT España.

Por Carmen Fernández Aguinaco