Desde Granada, Isabel Domínguez comparte su experiencia de la lectura grupal del libro de José María Rodríguez Olaizola, sj en los Encuentros que alimentan la vida.

Pertenezco al grupo de Granada Encuentros que alimentan la vida, que se reúne cada quince días en torno a la lectura de un libro. Este año hemos leído En tierra de todos de José María Rodríguez Olaizola, sacerdote jesuita y sociólogo. ¿Por qué recomiendo la lectura de este libro, así como el método grupal que hemos utilizado?

El mundo está cambiando a gran velocidad. La globalización nos ha hecho conocer culturas y creencias que nos resultan novedosas y que, casi sin darnos cuenta, nos están influenciando. De un mundo donde la religión impregnaba toda la sociedad y las normas estaban claras, hemos pasado a un mundo que vive a espaldas de la idea de Dios, en el que todo lo queremos rápidamente ‘para ayer’; donde impera el subjetivismo y en el que, cuando se percibe a Dios, es también un Dios subjetivo, a medida de cada cual.  El mundo cambia, las personas cambian, la Iglesia también cambia, aunque más lentamente, con una prudencia que para muchos resulta excesiva.

Este libro me ha ayudado a ver la iglesia en su totalidad. Como en un mapa, nos presenta una panorámica bastante completa de los temas que preocupan hoy a los cristianos -y no cristianos- y para los cuales buscamos respuesta en la iglesia. Sin embargo, muchas veces su respuesta no es clara ni rápida.  Esta falta de claridad y rapidez la hace objeto de críticas desde dentro y desde fuera de ella. El autor también nos sitúa frente a la labor innegable que la iglesia lleva a cabo en favor de los descartados de este mundo desde el amor y el servicio que son característicos de los seguidores de Jesús. Así mismo nos muestra la riqueza de la comunidad eclesial precisamente debido a su diversidad. Diferentes razas, países, culturas… y que todos cabemos en ella, porque es más fuerte lo que nos une -la conciencia de que Dios es amor y de que hemos elegido el mismo camino para aprender a amar y ser amados- que lo que nos separa. Cada uno de nosotros tiene su lugar en la iglesia, con su propio modo de ser, y en este caminar unidos con otros diferentes, la iglesia se enriquece.

En los Encuentros que alimentan la vida hemos seguido la siguiente metodología: una primera lectura de uno o dos capítulos de forma individual, en casa, seguida de una puesta en común en la reunión quincenal que, debido a la pandemia, se ha celebrado ‘online’. En la evaluación final de la actividad hemos constatado los frutos. Las personas han manifestado su gratitud al grupo por el bien que les ha hecho el poder compartir, desde el respeto y la acogida, las diferentes opiniones y posturas de cada cual. Así mismo, ha aumentado la sensación de cohesión del grupo y de pertenencia a la iglesia, con verdad, no como meros sujetos pasivos o receptivos, sino como personas libres que buscan su lugar en ella y quieren hacer su parte para contribuir a mejorar lo que creen susceptible de ser mejorado.

Por Isabel Domínguez

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