Bienaventurada, Victoria, por la bondad de tu corazón y la sencillez de tus pasos.

Bienaventurada porque tu sonrisa y tus manos se abrieron siempre a los sencillos.

Bienaventurada cuando sembrabas a tu Dios, desde la presencia sencilla y fecunda en un pueblo.

Bienaventurada por tu vena de artista, porque tejías la belleza con las manos y la vida.

Bienaventurada porque descubriste el rostro de tu Dios en el silencio, en la calle, en la prueba.

Bienaventurada porque, sintiendo tu pobreza, repartiste dulzura, perdón, acogida, cariño.

Bienaventurada tú porque sentiste la libertad de las manos vacías.

Bienaventurada porque tu amplia sonrisa es reflejo del Dios de la vida, del Dios que plenificó tu existencia.

Bienaventurada porque la noche en ti se hizo día, porque tu muerte es vida que crece hoy en los senderos de esta tierra.

Por Anuncia de Vega