No siempre es fácil mirar bien, y menos mirar con bondad. Tal vez tengamos una imagen distorsionada de la realidad… Un texto de ‘La Sociedad Fragilizada‘ nos ofrece algunos apuntes para aprender a mirar mejor la realidad en la que vivimos.

¿Qué requiere ser capaces de mirar nuestros entornos culturales?

  • Requiere ablandar nuestras rigideces, es decir, ir despojándonos de nuestros esquemas, prejuicios, seguridades…
  • Requiere aprender a manejar el conflicto porque mirar las culturas en las que estamos inmersas/os nos pondrá de frente con lo diferente…
  • Requiere darnos cuenta de lo importante que es el estudio: llegar a conocer y comprender el fondo ideológico de las personas (sus valores, usos y acciones, el horizonte simbólico, la filosofía imperante…); hemos de examinarnos continuamente sobre qué tiempo dedicamos al estudio, a las lecturas plurales, a la reflexión o a debatir con otros que no piensen como yo.
  • Requiere, sospechar de nuestra propia mirada. Es muy posible, es casi seguro, que esté distorsionada. Hemos de sospechar siempre, dudar siempre, no aferrarnos a nada, no dar nada por seguro. La duda es el único camino hacia el conocimiento. […]
  • Requiere, también, lucidez. Es muy difícil ser contemporáneas del presente, una o uno tiende siempre a leer la niñez desde la juventud, la juventud desde la adultez, la adultez desde la edad madura. Y, de este modo, podemos estar analizando el presente con claves de lectura y modos de pensar que parecen muy válidos, pero que son de hace 40 años.
  • Necesitamos confrontarnos continuamente con la mirada de Jesús en el Evangelio. Una mirada que discierne, se indigna, contempla, que se implica, transforma, dignifica, altera el orden social, perdona, levanta, cura, que se conmueve ante el dolor…
  • Y, por último, requiere no sólo saber mirar, sino saber dejarse mirar… Si privilegiamos, como cristianos/as, que la dirección de nuestra mirada sea hacia las víctimas de la Historia, la compasión, que es lo más significativo de la mirada de Jesús, no es solamente un movimiento que parte de mí hacia el otro, sino del otro hacia mí. Su suerte está ligada a la mía. Sólo hay compasión cuando la relación es bidireccional. El ser compasivo es el que se posiciona frente a la sociedad de la indiferencia. En el Evangelio, si recordamos el pasaje de “Buen Samaritano”, vemos que mientras el indiferente pasa de largo, el compasivo pasa al otro lado del sistema[1].

Texto de Manuela Aguilera, De la sociedad de riesgo a la sociedad de la indiferencia, en La sociedad fragilizada, pp. 89-90


[1] Cuentan que los hermanos maristas, cuando la guerra entre hutus y tutsis en Ruanda, hicieron rápidamente las maletas para huir ellos también de la matanza y cuando tenían el Land Rover lleno salieron y se vieron rodeados de los niños que ellos habían educado y acogido, que habían ido a despedirles. La mirada de los niños a los hermanos provocó que estos, sintiéndose mirados, decidieran quedarse. Acabaron todos siendo asesinados. La mirada de las víctimas les llevó a la forma más radical y hermosa de la solidaridad, que es hacerse víctima con ellas (la solidaridad es la compasión operativizada).