En estos meses, desde que iniciamos con la pandemia del Covid19, una de las palabras más repetida en conversaciones, noticias, reflexiones… es incertidumbre: ¿recuperaré o encontraré trabajo?, ¿cómo doy de comer a mis hijos/as?, ¿iniciarán en septiembre los colegios, universidades…?, ¿habrá cantidad suficiente de medicamentos para combatir esta enfermedad?, ¿podremos viajar?… y así un largo etcétera. La incertidumbre se ha colado en la vida cotidiana y afecta a las personas de muy diversas maneras: genera miedo, inquietud… lleva a encerrarse en sí mismo o en los propios grupos, se acentúan las dinámicas de autodefensa y división, incluso de indiferencia ante el sufrimiento físico, social, económico de muchas personas… Preocupados por lo que pasará, podemos olvidarnos del tú que camina a nuestro lado y dejar de colaborar en todo aquello que contribuye a una vida buena para todos y todas. La inestabilidad agrieta la esperanza y el futuro se percibe como amenaza y no como posibilidad.

La pandemia ha dejado al descubierto las fracturas sociales, económicas, políticas, es decir, nos deja percibir -en palabras de Poveda- lo “desabrido” de la realidad en los distintos contextos mundiales. Constatamos con mayor crudeza la falta de sabor o el gusto amargo, es decir, la falta de salud integral en las sociedades actuales y cuánto nos queda para que la vida de todos y todas sea plenamente humana.

Desde este presente volvemos a las palabras de Poveda; nos acercamos desde las preguntas que surgen de lo que estamos viviendo y padeciendo en la actualidad. Su reflexión sobre ser sal del mundo pone la mirada en las situaciones que causan sufrimiento porque están desabridas, quebradas o porque hay destrucción o muerte, e identifica tres funciones de la sal para ser sal en medio de la vida: “sazonar”, “cauterizar” y “preservar”.

Hoy nos centramos en su reflexión sobre “sazonar lo desabrido”, es decir, en esa manera de ser y de vivir que aporta gusto a la vida, que hace apacible y afable lo que toca vivir, que suaviza la aspereza.

¿Cómo sazonar lo que ha quedado desabrido por el sufrimiento, la enfermedad, la muerte, la precariedad laboral, las huellas que la soledad, la angustia, el miedo, el estrés han dejado…? ¿Cómo ayudar a fortalecer el gusto por la solidaridad y el compromiso por el bienestar de todos? ¿Cuál es “la persuasión que sazona la vida”?

Poveda no lo duda: la clave está en el amor, pero no cualquier amor, sino “el amor de Dios”, “la verdadera caridad”, que se transparenta en el trato a cada persona, en la forma de hablar y de actuar. Lo que da sazón a la vida es el amor que toma en cuenta al otro y es capaz de sacrificarse por el bien de los demás, que consuela y alienta en medio de las circunstancias adversas, que se da sin medida y gratuitamente.

Ese amor, palpado y sentido en lo cotidiano y en gestos concretos, lleva a preguntarse por Quién alimenta ese amor que muriendo da vida; acrecienta la confianza y aviva la esperanza. Se despliega lo humano y se hace camino para tener vida y vida en abundancia. La “nueva normalidad” no es volver a hacer lo de siempre y como siempre, sino colaborar en la construcción una nueva sociedad.

Por Elisa Estévez

“La sal sazona lo desabrido. Esta es vuestra misión: sazonar lo desabrido, allí donde vayáis, en el sitio donde vivís, a las gentes con quienes tratáis; hacer agradable la vida espiritual, amable la virtud, alegre la penitencia, consolador el sufrimiento. Debéis trabajar de tal manera, expresaros de tal modo, obrar siempre con tan buen espíritu, tratar al prójimo con tanto agrado, prodigar tantos consuelos, llevar a su ánimo una persuasión que sazone toda su vida. Este es el espíritu atrayente que habéis de tener si pretendéis imitar a Teresa de Jesús. Desabrido es el mundo; pero cuando los ánimos desabridos halan en su camino la sal de la virtud, del sacrificio, quedan sazonados y, aun sin darse cuenta de ello, encuentran algo que quizá no acierten a explicarse, pero que les satisface, consuela y alienta.” (San Pedro Poveda, 1920)

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