Hoy fácilmente se nos invita a creer que todo lo podemos con la ilusión de fortalecer la autoestima. Pero la experiencia nos dice que el esfuerzo y buena voluntad de uno solo, por muy grande que sea, no sirve de nada, no cambia nada, no transforma nada, no consigue nada. El mínimo crecimiento en cualquier área es resultado de una suma de sinergias, conscientes e inconscientes, que actúan a favor del cambio. Por eso Poveda cuando habla de unión se refiere a la suma de energías diversas en un mismo sentido, en una misma dirección, para un fin determinado. Una unión que tiene que ver con diversidad y no uniformidad; con inclusión y no exclusión de lo diferente; con procesos de consenso y no de mayorías.

Pero Poveda en 1920 escribe: “… si la unión es efecto de la caridad, la fuerza es invencible” [1]. Poveda utiliza el término caridad, una palabra que cualifica el amor del que habla. Caridad tiene que ver con el término griego ágape que hacía alusión al amor incondicional por el próximo, el hermano: el banquete de la hermandad. Los primeros cristianos celebraban estas cenas recordando la Última Cena donde Jesús nos invita a amar “como yo os he amado”. Este es el amor-ágape, el amor-caridad. Si nos une este amor, la fuerza es invencible.

¿Quién puede romper esta fuerza? Lo sabemos: la división. Y con frecuencia soportamos corazones divididos. ¿Qué nos divide y separa hoy? ¿Soy consciente de lo que me impide ser yo mismo? ¿En mis relaciones, en mi familia, en el trabajo con otros soy capaz de mantener la unión o provoco división, pérdida de energías para la consecución del bien de todos? ¿Somos capaces de ceder, “deponiendo nuestra terquedad”? ¿Soy capaz de ceder renunciando a mi cabezonería? ¿Solo vale lo que yo pienso y opino? ¿Sé escuchar sin prejuicios otros modos diferentes de ver y pensar la misma realidad? ¿Ilumino y me dejo iluminar sabiendo que entre todos encontraremos la luz en este caminar a tientas, pero juntos, unidos?

Y sigue cuestionando Pedro Poveda, ¿cómo ser “menos celoso de nuestra autoridad”? ¿Por qué intento imponer, en vez de proponer, alentar, apoyar, reavivar, robustecer, estimular, dialogar, buscar con otros como iguales? ¿Cómo ejercer la responsabilidad de liderazgo sin atropellar, sin dejar a nadie en el anonimato, sin valorar el regalo que es cada uno en el empeño común? Porque una autoridad así ejercida crea división y la división provoca “la desolación”, el descontento, la tristeza.

“¿Qué haremos para evitar la desolación? Unirnos cada vez más y cada vez mejor”. Sí, “unos pocos, los primeros cristianos, constituyeron una sociedad poderosa, la propagaron por el mundo”; unos pocos iguales a todos, pero diferentes porque tenían “un solo corazón y una sola alma” (Hechos 4, 32), que pensaban y sentían de la misma manera, que compartían el espíritu de Jesús.

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[1] San Pedro Poveda, Creí, por esto hablé, [163], 1920.

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