“No penséis que vine a traer paz sobre la tierra; no vine a traer paz, sino espada” (Mt. 10, 34); “Pensáis que he venido a poner paz en la tierra? Os digo que no, sino división” (Lc 12, 51) Y Poveda[1] insiste en que estas palabras de Jesús no se contradicen con las que podemos encontrar también en el anuncio de los ángeles a los pastores: “Paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14); ni con el saludo tan repetido de Jesús resucitado: “La paz sea con vosotros” (Jn 20, 19); ni con su promesa: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,27). ¿Cómo podemos entender esta aparente contradicción?

“…Pero no os la doy como la da el mundo” (Jn 14,27).  Poveda comenta: “Es que la paz del Salvador es la paz verdadera y no esa otra que en vano pretenden conseguir” los que viven en el mundo, es decir, nosotros. ¿Qué paz buscamos, anhelamos? ¿De qué paz está hablando Jesús? Posiblemente confundimos la paz con el bienestar, la ausencia del dolor y el sufrimiento, el estado de confort, el éxito y el reconocimiento; con la ausencia del conflicto, de la diferencia, del contraste, incluso de la lucha y el combate.

¿Cómo es la paz que regala Jesús? Apunta Poveda:

  • “Su paz es orden, armonía, gracia”. El orden tiene que ver con “las cosas bien colocadas”, con un sentido razonable de la vida, con el poner las cosas en su justo lugar y valorarlas en su justa medida. La armonía es fruto de la coherencia de vida; produce normalidad y equilibrio. La gracia nos remite al don: la paz es regalo.
  • “Es compatible con los dolores, amarguras y persecuciones”. ¿No nos devuelven paz las personas que asumen su dolor y sufrimiento para seguir regalando vida a su alrededor? ¿No encontramos luz cuando, a pesar de las consecuencias que nos pueda traer, actuamos haciendo el bien?
  • “Existe aun cuando todo se conjure contra sus discípulos”. Sí, es difícil descubrir la paz cuando todo parece ir contra nosotros. Es la experiencia del creyente Job que sabe hablar bien de Dios en plena oscuridad dejándose enseñar y regalar por él, esperando contra toda esperanza.
  • “Es la paz del alma, del corazón, de la conciencia, del cumplimiento del deber, de la razón que estima y aprecia en su justo valor las cosas, de la fortaleza que se mantiene intrépida en la lucha, que no es vencida por halagos, ni por amenazas.” Es una paz que alcanza a todo el ser: su espiritualidad, su mundo afectivo, su razón e inteligencia, su responsabilidad y comportamiento ético; que sabe de prioridades desde una escala de valor: humanizar desde la clave aprendida en Jesús. Es una paz activa que mantiene a la persona en valiente lucha en favor de la justicia desde la ‘mansedumbre’, desde la fuerza invencible y radical de la no violencia. Una paz que no se vende. Una paz verdad.

Quien cree en esta paz que vivió Jesús puede escuchar en medio de la noche y la adversidad: “No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14, 27); “es decir, aunque se levanten contra vosotros las furias del averno, aunque la mentira, el error, la calumnia, se cebe en vosotros, no os turbéis”, comenta Poveda. ¿Y quién no sufrió las locuras del abismo; la falsedad, el engaño, el fraude, el chisme, la hipocresía, el insulto, la difamación? ¿Quién no fue víctima alguna vez del error consciente o inconsciente del otro, de nuestro propio error? ¿Aprendimos a perdonar, a perdonarnos? Sí, no os entristezcáis ni os desconcertéis, no os dejéis paralizar por el miedo, porque él regala esa paz que nada ni nadie puede dar.

[1] Pedro Poveda, Creí, por esto hablé, [158-II], 1920.

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