La oración es la única fuerza de que dispone la Obra teresiana …

Y más que nada os ruego que os ejercitéis en la oración, que hagáis de este ejercicio algo necesario para vuestra vida, que pongáis tal empeño en su práctica, que no exista motivo, argumento ni razón suficiente para dejar un solo día vuestra oración.

Que a vuestros alumnos los llevéis a Dios por este camino dulce y suave de la oración; que en el estudio, en la enfermedad, en los trabajos, en las tentaciones, en las tribulaciones de todo género, en todas vuestras empresas, en el desempeño de vuestros deberes; siempre que el mundo, el demonio y la carne os pongan en peligro; cuando necesitéis obtener alguna gracia; para perseverar en vuestra vocación, conocerla y seguirla; en fin, para conseguir todo bien, para libraros de todo mal, para triunfar de todo, apeléis a la oración con tal seguridad y constancia que, en orando, quedéis tan satisfechos como si hubierais puesto en práctica todos los medios capaces de ser conocidos y ejecutados por los más sabios y más poderosos (…)

Somos más fuertes, se hace positivamente bien, allí donde se ora. Si pudiéramos colocar al lado de cada triunfo, de cada vocación, de cada limosna, la causa que produjo el efecto, hallaríamos seguramente oraciones de almas buenas, lágrimas, sufrimientos, penitencias, sacrificios, y no talento, diplomacia, industrias humanas. Claro está, si nosotros no buscamos sino efectos de un orden superior, si solamente pretendemos evangelizar, si nuestra Obra es de apostolado, si el fin es salvar almas haciéndolas conocer y amar a Dios, ¿cuáles han de ser las causas que tales efectos produzcan? La causa única es la gracia, y el medio para conseguirla es la oración. En suma: que ésta es nuestra fuerza.

San Pedro Poveda (1920), Seleccionado del texto publicado en Amigos fuertes de Dios, páginas 121-122